El vampirismo




La heroína se come el calcio del cuerpo en el que se introduce con regularidad, lo absorbe como si fuera una esponja y no lo devuelve jamás. Una sustancia devora a otra. Por eso los tipos que visten de chándal y que frecuentan las naves industriales abandonadas de la periferia no tienen nada más que aire entre las encías y la lengua. Por eso los tipos que visten de traje y que frecuentan las suites de los hoteles más exclusivos de la capital tienen una prótesis prefabricada de plástico y metal a modo de tabique nasal. A mí me pasa algo parecido. Yo le hago a la vitalidad de la gente en la que me introduzco esporádicamente lo mismo que la heroína le hace a una muela; me la llevo a rastras a algún rincón oscuro y le doy una buena tunda para que jamás vuelva a ver la luz del sol. Y lo peor es que lo hago de manera inconsciente. Lo peor es que ni siquiera disfruto ni percibo este vampirismo anímico y sentimental. Y no le succiono las ilusiones al prójimo para obtener recompensas, ni con segundas y oscuras intenciones, sino que lo hago por acto reflejo, como aquel que parpadea o bosteza. No sé si a mis ancestros les pasaba lo mismo. No sé si esta habilidad para provocar desánimo a golpe de achuchón es producto de una herencia genética que se remonta a las raíces más arraigadas de mi árbol genealógico, pero es un hecho que mi maldad tiene más de tic nervioso que de maldición milenaria.

* Replicado en negrita y a doble espacio en el otro bando.  https://productovacio.wordpress.com *

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